lunes, 23 de julio de 2012

EL ASESINATO DEL GRAN MARISCAL DE AYACUCHO. PARTE II El Tortuoso paradero de los Restos del General Sucre.

EL ASESINATO DEL GRAN MARISCAL DE AYACUCHO.
PARTE II
El Tortuoso paradero de los Restos del General Sucre.
    
     Para el presente artículo sobre el paradero y vicisitudes ocurridas con los restos mortales del vencedor en Ayacucho, General en Jefe Antonio José de Sucre, nos basaremos principalmente en las investigaciones realizadas al respecto por el historiador Ángel Grisanti, y cuyas conclusiones publicó en el año de 1948 en su folleto titulado “Los Restos del Gran Mariscal de Ayacucho y la hacienda El Deán”.
    En la obra citada, Grisanti emite las siguientes conclusiones:
1-      Los restos del General Sucre permanecieron enterrados en la selva de Berruecos, luego de su asesinato el 4 de junio de 1830 hasta el año de 1833, cuando una comisión encabezada por el General Isidoro Barriga (segundo esposo de la Marquesa de Solanda, viuda de Sucre), y compuesta por miembros de su servidumbre, de los sargentos Caicedo y Colmenares, quienes fueron los que sepultaron el cadáver, y de algunos amigos muy respetables, se trasladó secretamente al lugar del crimen, y siguiendo el itinerario y las indicaciones de Caicedo y Colmenares exhumaron los restos mortales, los colocaron en una urna como de cuatro pies de longitud y los trasladaron a la sacristía de la Iglesia de San Francisco en la ciudad de Quito. Con ello se desmiente, las afirmaciones de la propia Marquesa de Solanda, quien en contestación a una carta de reclamo de un familiar del difunto, el Sr. Jerónimo Sucre, dice en su respuesta fechada el 21 de noviembre de 1833, que los habían buscado poco tiempo después de haberse perpetrado el asesinato.
2-      El historiador afirma que probablemente, el mismo año de 1833, los restos del General Sucre se trasladaron con igual secreto de la Iglesia de San Francisco, a la Hacienda El Deán, propiedad de la Marquesa de Solanda y mezclados en una misma urna, con los restos de su pequeña y única hija también fallecida trágicamente en 1830; para luego ser trasladados al Convento llamado del Carmen Moderno entre los años de 1859 y 1861. Una comisión venezolana, junto con representantes del gobierno ecuatoriano, que desconocían todos estos incidentes, realizó investigaciones entre los años de 1876 y 1894 en busca de los restos del héroe, siempre basados en el supuesto de encontrarlos en la Iglesia de San Francisco, no hallándolos finalmente, lo que generó un conflicto entre ambas comisiones.
3-      En el año de 1900, producto de las revelaciones de la Señora Rosario Rivadeneira y de la MadreMaría de la Concepción Jamesson, Priora del Monasterio del Carmen Bajo, se supo que los restos del Gran Mariscal de Ayacucho estaban sepultados en dicho convento, siendo exhumados el 24 de abril de ese mismo año a las dos de la tarde, separados de los restos de su pequeña hija y luego trasladados a la Catedral Metropolitana de la ciudad de Quito, donde reposan en la actualidad.
Grisanti, Ángel, Los Restos del Gran Mariscal de Ayacucho y la Hacienda El Deán. Quito, editorial Plenitud, 1948, 48 p.
“Correspondencia de Quito.
Los Restos de Sucre – El Nuevo Monumento erigido en la Catedral de Quito – Autenticidad de las cenizas del Mariscal. Investigaciones del Arzobispo de Quito – Interesante Narración – El Secreto de las Monjas.
El Universal Nº 2.918, lunes 16 de Julio de 1917
    Quito, Junio de 1917 – En la capilla de almas de la Iglesia Metropolitana se ha verificado la bendición del magnífico pedestal sobre el que descansaran definitivamente los restos mortales del Gran Mariscal de Ayacucho, don Antonio José de Sucre.
    La obra fue encomendada a los talleres salesianos de la Tola y los sacerdotes que los dirigen y los artesanos y artistas a cuyo desempeño se encomendó la ejecución han puesto en ésta todo esmero hasta que resulte como ha resultado, una admirable obra de arte.
El pedestal es cuadrangular, mide tal vez unos tres metros de altura en cada una de las caras se encuentran unas planchas que semejan mármol negro jaspeado, y es tan perfecta la imitación que para ser mármol de veras solo le falta el hielo de esa piedra.
El resto de las caras del pedestal es primorosamente tallado; en la del frente se han esculpido los emblemas de la Patria y de la guerra; todos los artísticos tallados están cubiertos de oro fino, dorado que lo ha ejecutado el competente trabajador español a cuyo cargo corrió el revestir de oro el altar mayor y los altares laterales de San Agustín.
    Incrustada entre los emblemas de la Patria y de la guerra se encuentra una plancha de verdadero mármol y en la que esta grabada en letras de oro la siguiente inscripción:
InclitiDucis
Antoni Joseptti Sucre
Ossa sub Sanctae Crucis Vexillo
In futuraeresurrectionisspe
Hoc in Cinerario conditaQuiescunt.
    Los despojos del Gran Mariscal los ha guardado hasta ahora la Iglesia Metropolitana como los auténticos del héroe de Pichincha y para que la Autoridad Eclesiástica no contribuyera a un público engaño el Ilustrísimo Señor doctor Federico González Suárez, Arzobispo de Quito, hizo privadas indagaciones, de las que resultó plenamente comprobado que los restos encontrados en 1900 en el Carmen Bajo, eran real y positivamente del Vencedor de Ayacucho.
He aquí la relación hecha por el Ilustrísimo Señor González Suárez, relación contenida en una de las notas que ilustran el contenido del segundo tomo de sus Obras Oratorias, publicado en ésta Capital el año de 1911.
    Común era la creencia de que los restos de Sucre estaban en la Iglesia de San Francisco; más, ¿Cuál era el fundamento de semejante creencia? – nadie sabia decirlo… Se creía que estaban allí, porque se suponía que allí debían estar. Doña Mariana Carcelén, la viuda de Sucre, se decía era muy devota de la Iglesia de San Francisco, y ahí ha de haber depositado los restos de su esposo, cuando los hizo traer de Berruecos, donde fueron sepultados. – En mi niñez conocí a esta señora y observé quela Iglesia frecuentada por ella todos los días era de la Compañía, muy próxima a casa.
En el año de 1894, cuando, por segunda vez se buscaron en vano los restos de Sucre en San Francisco, entonces supe yo casualmente que no estaban allí, sino en la Iglesia del Carmen Bajo; esta noticia la dio aquellos mismos días al Señor Carlos Demarquet una señora Rivadeneira, anciana, la misma que después se la comunicó al señor doctor Melo; el señor Demarquet era entonces Jefe político de Quito, y, como tal presidia en las investigaciones, que se estaban haciendo en la Iglesia de San Francisco; una tarde acercósele una señora y le dijo: en vano están buscando aquí los restos de Sucre: esos restos no están aquí: yo se donde están: están en el Carmen Bajo. – Demarquet, muy disgustado por la actitud insoportable del señor Sucre, sobrino del Mariscal, le dijo a la señora Rivadeneira: señora, calle usted; guarde usted silencio. Cuidado diga usted a nadie nada. Este clérigo es inaguantable!
    No se si el Señor Demarquet dio o no crédito a la señora Rivadeneira. Lo cierto es que en aquella ocasión las intemperancias del señor Canónigo Sucre impidieron que se buscaran en el Carmen Bajo los restos del Gran Mariscal – La noticia dada por la señora Rivadeneira al señor Demarquet con la respuesta y resolución de éste, las supe yo esa misma tarde: me las refirió un amigo mío, a quien le contó lo ocurrido el mismo señor Demarquet.
    El año de 1908, estando yo ya de Arzobispo de Quito, enfermó gravemente la Reverenda Madre María de la Concepción Jamesson, Priora del Monasterio del Carmen Bajo: fui a visitarla, tanto por consolar como Prelado a la religiosa, como con el propósito de hablar con ella acerca del hallazgo de los restos de Sucre.
Conocía yo a ésta monja, la había tratado antes y la estimaba, porque era señora adornada de prendas morales no comunes: después de hablar de varios asuntos relativos a los intereses espirituales de la comunidad, le dije: Madre, usted fue quien avisó que los restos del General Sucre se encontraban en la Iglesia de este convento?
   - Sí, Ilustrísimo señor: yo fui, me respondió la monja.
Usted tuvo la seguridad de decir la verdad?, le repuse yo.
   - Sí señor Arzobispo: si tuve seguridad, contestó la monja.
No estaría usted engañada? Le observe yo.
Sonrióse la monja, y me replico con entereza:
   - No señor; no estuve engañada: me constaba bien lo que aseguraba.
¿Y cómo le constaba a usted? – le replique yo a mi vez.
    Entonces la monja me hizo la relación siguiente: - En este convento hubo dos madres carcelenes, ambas tías de la Señora Mariana, viuda de Sucre. Una de las madres, la madre (no me acuerdo yo del nombre: la madre Jamesson lo dijo y yo lo he olvidado), era la heredera legítima del marquesado de Solanda, y por la renuncia que de él se hizo cuando profesó, lo heredó su sobrina, la Señora Mariana. Esta venía muy amenudo a este convento, y, como tenia licencia, entraba adentro y visitaba a sus tías. Cuando el General Sucre fue asesinado mandó traer su cadáver a Quito: lo trajeron, en silencio, y lo depositaron, a ocultas, en la hacienda, que la Señora Marquesa tenía en Chillo: ahí estuvo algún tiempo: después, así mismo en silencio, lo trajeron acá y lo sepultaron, a escondidas, aquí. Pocas, muy pocas, contadas éramos las monjas que sabíamos el secreto: yo era joven, muy joven entonces, y las madres Carcelenes me querían mucho, y, por eso supe yo todo.
Continuando su narración, añadió: - La Señora Marquesa, la Señora Marianita, solía venir acá, y aquí lloraba en silencio por Sucre, acordándose de él y de cómo lo mataron: mandaba celebrar misas y hacer sufragios por su alma. La hijita de Sucre estaba también enterrada aquí. – La última vez que vino la Señora estuvo en mi celda, y lloró más que otras veces.
    La madre Jamesson estaba con su inteligencia clara y su razón muy serena. Me acompañaba en ésta visita mi Provisor, el señor don Pedro Martí, ahora Chantre de la Metropolitana: pocos días después de ésta conversación, la madre Jamesson falleció tan cristianamente como había vivido.
    La autoridad civil no volvió a acordarse más de los sagrados despojos.
    Descompuesto el soberbio túmulo que se levantó en la Catedral para que reposara la riquísima urna cineraria, mientras se celebraban los solemnes funerales, a raíz del hallazgo del ínclito Mariscal, fue trasladada la indicada urna a la Capilla del Santísimo y quedó sobre el piso.
Después se la llevó a la de las Almas y se la puso encima de la serie de nichos donde se conservan los restos de algunos sacerdotes y personas particulares.
    Las cenizas del ínclito cumanés descansarán ahora sobre el hermoso pedestal erigido por la manuficencia y patriotismo del Ilustrísimo señor doctor Federico González Suárez, Arzobispo de Quito, y del venerable Cabildo Metropolitano. Allí continuará hasta que los poderes públicos de la Nación se acuerden de la obligación que tienen de erigir un digno y grandioso monumento fúnebre donde se depositen los restos de uno de los más esforzados capitanes de la independencia Americana, del valeroso General que selló la de nuestra Patria en la inmortal jornada del Pichincha.
                                                                                                                            Ernesto Peralta.”
Archivo de la Academia Nacional de la Historia, documento XVII – 11 – caja 62.

Informe de la Facultad Médica sobre la Identidad de los Restos del Mariscal de Ayacucho.
    A continuación, transcribimos algunos extractos del informe levantado por la Facultad de Medicina de la Universidad Central del Ecuador, que examinó los restos del General Antonio José de Sucre, exhumados en abril de 1900 en el Convento del Carmen Moderno, en la ciudad de Quito:
    “…El cajón cuadrangular en que se encontraban los restos mencionados, deteriorado por el tiempo, con la falta de la cubierta y uno de los lados menores, tenia las dimensiones que sigue: longitud, cincuenta y cuatro centímetros, dos milímetros; anchura, veintiocho centímetros, dos milímetros. Fuera del cajón halláronse un vestido de seda, negro, de mujer y fragmentos de casulla y tablas. Del interior del cajón, y con la mayor prolijidad y esmero, se sacaron diferentes piezas de esqueleto, separándolas de la tierra que las cubría; junto con ella se encontraron los objetos siguientes:
1º - Una bata de niño, de cincuenta y un centímetros de largo, ciento veintidós de circunferencia, y cuya manga es de veintiséis centímetros de longitud.
2º - Una camisa de niño, de cincuenta y tres centímetros de longitud, noventa y cuatro de circunferencia, y que en el cuello tiene treinta centímetros de contorno.
3º - La parte anterior de otro vestido de niño, de cincuenta y un centímetros de longitud y de cuarenta y uno de anchura.
    Los huesos que se encontraron son:
    Un cráneo, con la parte de los huesos de la cara, y cuya región temporal derecha llamó inmediatamente la atención de los circunstantes, por la perforación que en ella se descubre; un maxilar inferior, un puño y cuerpo de esternón, dos clavículas, diez y nueve vertebras, muchos fragmentos de costillas, una mitad superior del sacro, dos fragmentos de omóplato, dos húmeros, dos radios, de los cuales el derecho sin cúpula, dos cúbitos, algunos huesos de las manos, dos coxales, con las partes ilíacas destruidas, dos fémures, dos tibias, dos peronés, una rótula, dos calcáneos, dos astrágalos, algunos huesos más de los pies…
    …En vista de los datos que anteceden, la Facultad de Medicina ha podido arribar a las siguientes conclusiones:
1ª – Los huesos descritos pertenecen a un solo individuo del sexo masculino;
2ª – Por el depósito de sales calcáreas que los cubrían, su fragilidad y la presencia en la tierra de sustancias nitrogenadas, de origen animal, según resulta del análisis químico practicado, han debido de permanecer enterrados por mucho tiempo;
3ª – Por el examen de las suturas craneanas, configuración de los huesos, falta de soldadura de las piezas del esternón y caracteres del maxilar inferior, el esqueleto pertenece a un individuo que ha muerto entre los treinta y cinco y cuarenta años de edad;
4ª – Por la comparación de las diferentes longitudes de los huesos de los miembros la talla del muerto debe haber sido, poco más o menos, de ciento sesenta y ocho a ciento setenta centímetros;
5ª – Por los caracteres de la lesión descrita en la región temporal derecha, aquella debió ser producida por un proyectil esférico de arma de fuego, que hirió el cráneo en la dirección de una tangente, produciendo una fractura por hundimiento del parietal, la que una vez destruidas las partes blandas, dio lugar a la perforación encontrada;
6ª – Las pequeñas depresiones notadas en la cavidad orbitaria derecha y cara externa de la rama del maxilar inferior del mismo lado, parecen debidas a proyectiles de corto diámetro;
7ª – Los cabellos encontrados, por su aspecto y longitud diferentes, pertenecen a dos personas distintas; y esto se corrobora por la presencia de las prendas de vestir de niño que se encontraron.
    Teniendo en cuenta el conjunto de estos detalles, por una parte, y por otra:
a)      La perfecta conformidad que guardan las lesiones del cráneo con las desgarraduras que se encuentran en el sombrero que llevaba la victima el día del horrorosa crimen;
b)     Las particularidades de configuración de la cabeza, particularidades que resultan mejor comparando el perfil trazado con los retratos auténticos del Gran Mariscal;
c)      Las lesiones encontradas en el antebrazo derecho, que bien pudieran ser consecuencia del atentado cometido en Chuquisaca el 18 de abril de mil ochocientos veintiocho;
d)     Y los demás pormenores de pública notoriedad que suministra la historia contemporánea:
    La Facultad de Medicina de la Universidad Central del Ecuador, cree: que está comprobada la identidad de los restos encontrados en la Iglesia del Carmen Moderno, como que son los del General ANTONIO JOSÉ DE SUCRE.
    Quito, Mayo 7 de 1900.
    El Decano, Lino Cárdenas. – El Profesor de Clínica Interna, Ascencio Gándara. – El Profesor de Terapéutica y Materia Médica, Rafael Rodríguez Maldonado. – El Profesor de Bacteriología, Ricardo Ortíz. – El Profesor de Patología General, Patología Interna y Anatomía Patológica, Manuel María Casares. – El Profesor de Medicina Legal e Higiene Pública, Manuel María Almeida. – El Profesor de Anatomía General y Descriptiva, Guillermo Ordóñez. –El Profesor sustituto de Patología Externa y Obstetricia, Luis Felipe Leoro. – El Profesor de Física Médica, Juan Antonio López. – El Profesor sustituto de Fisiología, José María Onntaneda. –El Profesor de Química Orgánica, Fisiología y Cuantitativa, Aparicio Batallas Terán. – El Secretario de la Universidad Central, Daniel Burbano de Lara.”

 La Facultad de Medicina de la Universidad Central del Ecuador 
que examinó los restos 
del Gran Mariscal de Ayacucho en 1900.

 Cráneo del Gran Mariscal Antonio José de Sucre, donde se aprecia sobre el temporal derecho, el orificio originado 
(ver informe de la Facultad arriba citado) 
por la herida superficial de uno de los cortados de plomo

 Sombrero que llevaba el General Sucre cuando fue asesinado en la selva de Berruecos.
En el mismo pueden apreciarse los orificios producidos por algunos de los cortados de plomo 
que hirieron superficialmente la cabeza del héroe


Recopilación de José Peña, Caracas 2012.

 
BIBLIOGRAFÍA:
-         RUMANZO GONZÁLEZ, ALFONSO. Sucre Biografía del Gran Mariscal. Reedición homenaje de la Presidencia de la República, caracas 1995.
-         COVA, J. A., Sucre Ciudadano de América, Vida del Gran Mariscal de Ayacucho. Caracas, ediciones de la Presidencia de la República, 1995. Reedición de la versión original de la obra de 1945.
-         PÉREZ y SOTO, JUAN BAUTISTA. El Crimen de Berruecos, Asesinato de Antonio José de Sucre Gran Mariscal de Ayacucho, Escuela tip. Salesiana, Roma 1924, V tomos.
-         VILLANUEVA, LAUREANO. Sucre Vida del Gran Mariscal, imprenta nacional, reedición de la Presidencia de la República, Caracas 1995.
-         GRISANTI, ANGEL. Los Restos del Gran Mariscal de Ayacucho y la Hacienda El Deán, editorial Plenitud, Quito 1948.
Fotografías tomadas del libro de Ángel Grisanti titulado El Gran Mariscal de Ayacucho y su esposa La Marquesa de Solanda, imprenta nacional, Caracas 1955.

EL ASESINATO DEL GRAN MARISCAL DE AYACUCHO. PARTE I. EL CRIMEN Y LOS ASESINOS.


    EL ASESINATO DEL GRAN MARISCAL DE AYACUCHO.
 PARTE I.
EL CRIMEN Y LOS ASESINOS. 

 
      Muerte de Sucre en Berruecos, obra de Arturo Michelena 1890
 Galeria de Arte Nacional, Caracas.
    
    El Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre salió de la ciudad de Bogotá rumbo a Quito a mediados de mayo de 1830, con la intención  de salvar con su influencia y prestigio, la desmembración definitiva de la unión Gran Colombiana. Iba acompañado del diputado por la ciudad de Cuenca Andrés García Tréllez, el sargento de caballería Ignacio Colmenares, el sargento Lorenzo Caicedo, el negro Francisco sirviente del diputado García, y por dos arrieros con las bestias de carga.
    Horas antes de su salida, el grupo de conspiradores que habían decidido su muerte, despacharon un correo privado atraves de José Manuel Elizalde, criado de Luis Montoya, con el fin de anunciarles a los ejecutores del plan, la aproximación del General Sucre por la vía de Neiva. Una vez avisados allí los complicados en el plan, enviarona su vez otro correo hacia Popayán, dando más detalles sobre su itinerario de viaje…éstas informaciones se destinaron al General José María Obando, quien era Comandante General de la región del Cauca, quien estaba en la población de Meneses, poco antes de Pasto.
    El General Sucre llega a Neiva, y sostiene entrevista con su Gobernador, el General José Hilario López, otro de los integrantes del plan criminal, y se dice que tuvieron agrias discusiones sobre los temas políticos del momento; sin embargo, López deja avanzar en su camino a la victima, conocedor del cerco que le esperaba. Pocos días después, la caravana llega a la ciudad de Popayán, allí, el Mariscal encuentra al político Joaquín Mosquera, recién electo nuevo presidente de Colombia, quien se dirigía a Bogotá para asumir el poder luego de la salida del Libertador. Luego de reunirse y compartir el mismo techo, Mosquera sigue su camino a la capital y el General Sucre al tratar de continuar el suyo se encuentra con el sorpresivo embargo de sus cabalgaduras; tal estrategia parece haber sido un intento de hacerle desistir de la ruta que seguía, ya que se corrían rumores de un atentado en su contra. El héroe no vacila en su determinación de seguir adelante, y la caravana continúa su marcha el 28 de mayo.
    El General Obando, quien seguía muy de cerca a su próxima victima, al enterarse de la salida del Mariscal de Popayán, despacha desde el pueblo de Buesaco un correo al Salto de Mayo con destino a José Erazo donde ordenaba claramente se ejecutase el asesinato de Sucre. El portador de la carta, era otro de los asesinos, el Coronel Apolinar Morillo quien además lleva el dinero para pagar a los otros ejecutores.
    La caravana del Mariscal descanso en el pueblito de Mercaderes el 1 de junio; el mismo día en la ciudad de Bogotá se anunciaba con increíble descaro en el periódico sedicioso llamado “El Demócrata” el asesinato en los siguientes términos: “…Puede ser que Obando haga con Sucre lo que no hicimos con Bolívar…” El General Sucre y su grupo llegan a hospedarse en el Salto de Mayo, en la casa de José Erazo el 2 de junio, saliendo muy temprano al día siguiente rumbo al caserío denominado La Venta, donde debieron descansar obligatoriamente las cabalgaduras por el tortuoso camino. El Gran Mariscal se sorprende de encontrarse de nuevo a José Erazo, a quien había dejado atrás en la casa del Salto de Mayo…Sucre al verlo exclama: “Usted será el diablo, que habiéndolo dejado yo ahora un poco atrasado, ya lo encuentro ahora delante de mí”…Erazo responde: “he venido tan breve, porque traigo una diligencia de mucha urgencia...” el General Sucre entra en sospechas.
    Sí, Erazo había volado desde el Salto de Mayo hasta La Venta para cerciorarse si el General Sucre pasaba la noche en éste último lugar o seguía su camino; ya que al poco salir el Mariscal llegó a la casa de Erazo el Coronel Apolinar Morillo con las ordenes de Obando y se pusieron en pie de llevar el asesinato lo antes posible, para ello Erazo utiliza a tres de los peones que utilizaba para labores agrícolas en su propiedad. Al caserío de La Venta llega otro de los futuros cómplices del crimen, el Coronel Juan Gregorio Sarria quien era esperado con impaciencia por Erazo; ambos se concertan en secreto del plan, y se alejan del caserío excusando prisa, a pesar de la insistencia del General Sucre de ofrecerles licor y que se quedaran un poco más.
    La caravana decide pasar esa noche en La Venta, para evitar una emboscada en el bosque y bajo las sombras de la tarde; Sucre ordena a sus ayudantes cargar las armas y estar en vigilia esa noche. Mientras tanto, Sarria y Erazo regresan al Salto de Mayo y en el camino encuentran a Apolinar Morillo y los tres peones armados. Todos, deciden caminar nuevamente hacia La Venta, para emboscarse en la montaña durante la noche y asesinar a Sucre cuando éste pase por allí a la mañana siguiente.El Coronel Sarria toma las armas de los peones y las carga con cortados de plomo, luego en compañía de Erazo escogen el lugar para apostar a los tiradores, dos de cada lado del sendero. Estos últimos, se marchan, dejando a Morillo y los peones para ejecutar el golpe, acordando reunirse luego del crimen en la casa del Salto de Mayo.
    Amanece el 4 de junio de 1830, y la caravana del General Sucre salió de La Venta bien temprano en dirección a Pasto camino por la selva de Berruecos. Los arrieros con el sargento Colmenares y las bestias de carga se adelantan, luego iba el diputado García, seguido del General Sucre, y retrasado, por tener que amarrar su maletera, el sargento Caicedo….:
Declaraciones tomadas a dos de los acompañantes del Mariscal Antonio José de Sucre en el momento de ser asesinado en la montaña de Berruecos; a saber, el asistente  Lorenzo Caicedo y el diputado José Andrés García:
    “En Pasto, a nueve de Junio de dicho año (1830), se hizo comparecer en este Gobierno, a un hombre que aseguró llamarse Lorenzo Caicedo, natural de Janeiro y asistente que fue del finado Señor General Sucre, de quien el Señor Gobernador, por ante mí el escribano, le recibió juramento por Dios Nuestro Señor y una señal de cruz, según derecho, bajo cuya gravedad prometió decir verdad de lo que supiere y fuere preguntado, y siéndolo sobre los particulares del auto que está por cabeza, dijo que el día cuatro del corriente, salieron de la pascana de la Venta, con dirección a esa ciudad, el Señor General Sucre, el diputado de Cuenca, José Andrés García, el declarante, como asistente del primero, el sargento Francisco Colmenares, un negro llamado Francisco, sirviente de dicho diputado y dos arrieros que no sabe sus nombres ni apelativos, que venían conduciendo el equipaje compuesto de cuatro cargas; y habiendo caminado todos juntos como una legua poco más o menos, llegaron a cosa de las ocho de la mañana a una angostura de dicha Venta, en la que el declarante se alejo una corta distancia por haberse apeado de su caballería para componer su maletero, y siguieron adelante el equipaje con los demás sirvientes y atrás iban parlando dicho diputado y tras él el Señor Sucre, y entonces el declarante oyó primero un tiro de fusil y seguidamente hicieron una descarga de tres tiros, con lo que el declarante consideró que eran ladrones y por otra senda se dirigió a alcanzar a dichos señores, y entonces fue a encontrar muerto al Señor Sucre y que los demás habían seguido adelante y a este tiempo vio a los asesinos que fueron cuatro hombres que no reconoció, de color acholados, armados cada uno de carabina, y al uno le pudo también ver que tenia un sable colgado de la cintura, los cuales siguieron algún tanto al declarante sin hacerle fuego, diciéndole por dos veces: Párate Caicedo; pero él siempre se retrocedió para la pascana de la Venta a procurar reunir alguna gente para volver a perseguir a los asesinos, y no pudo conseguirlo, y por la tarde encontró a un paisano al que le pagó para que le acompañase a ir a alzar el cadáver del Señor Sucre, como lo practicaron sacándolo hasta el sitio denominado la Capilla y cuando fueron a dicha diligencia, sintieron ruido de gente dentro del monte en el mismo puesto del asesinato; que al siguiente día por la mañana sepultó a dicho cadáver en el expresado sitio de la Capilla, y antes de esto vio que tenia tres heridas de bala y cortados, una en el corazón, otra en una oreja, y otra en el pescuezo: que en la corbata halló colgado un cortado, y el cadáver estuvo sin que le hubiesen robado cosa alguna; que después de sepultarlo siguió el declarante a alcanzar las cargas, como que las alcanzó en el puesto de Olaya, y por consiguiente a los conductores y demás sirvientes; todos los que halló sin avería alguna, ni el menor robo en el equipaje, ni en las caballerías; de todo lo cual el declarante y sus compañeros han venido en conocimiento que el objeto de los asesinos fue solo quitar la vida al Señor Sucre. Esto dijo ser cuanto puede declarar con verdad bajo juramento que ha hecho, y en ello se afirmó leída que le fue esta su declaración, que es de edad de cosa de veinte y seis años, y no firma porque aseguró no saber escribir, y lo hace dicho Señor Gobernador de que doy fe – Lozano. – Ante mí, Arturo.”
    “Incontinenti se hizo comparecer al señor doctor José Andrés García, diputado del congreso constituyente, de que el señor Gobernador, por ante mí el escribano, le recibió juramento por Dios Nuestro Señor y una señal de cruz según derecho, bajo cuya gravedad prometió decir  verdad de lo que supiere y fuere preguntado, y siéndolo con la leyenda del auto que antecede, dijo que habiendo sido compañero de viaje del citado General Sucre, salieron el día cuatro del presente mes de la pascana de la Ventaquemada de ésta jurisdicción, y habiendo andado poco más de media legua de la montaña de Berruecos, en una angostura cubierta de monte, les hicieron fuego, a cuyo tiempo oyó el exponente un grito del citado General, <<ahí balazo>> en cuyo instante el declarante pico su mula para salvarse del peligro que le amenazaba, y a distancia de poco más de una cuadra, reparó que el macho en que venia montado el citado General, venia sin el jinete y con dos balazos en la tabla del pescuezo; que tampoco reparó que clase de gente era la que les había hecho fuego, por la espesura de la montaña; que así mismo venían por delante los equipajes con dos arrieros de los que ignora sus nombres y apellidos, un sargento asistente del expresado General, llamado Colmenares, y un negrito que apellidaba Caicedo, en compañía de otro llamado Francisco, éste del declarante, de quienes no sabe si se salvaron o no. Esto dijo ser cuanto puede declarar en fuerza del juramento que ha hecho, en que se afirmó, leída que le fue esta su declaración; que es de edad de treinta y un años, y firma con dicho señor Gobernador, de que doy fe. – Lozano. – José Andrés García. – Ante mí, Arturo.
    El día 6 de junio de 1830, apenas dos días después de ejecutarse el crimen, el cuerpo del Gran Mariscal de Ayacucho, fue objeto de una exhumación en el sitio donde lo había enterrado su asistente Caicedo; ello sucedió a las cinco de la tarde por parte del cirujano del batallón Vargas sr. Alejandro Flood, confirmándose por dicha inspección, que el cadáver tenía tres heridas, dos superficiales en la cabeza, y una sobre el corazón, todas de arma de fuego.

“LA TRAMA INFERNAL.”
    “…Tiempo es ya de revelar el secreto del misterioso origen político que tuvo el atentado execrable de la muerte de este ilustre americano. La revolución de Venezuela había despertado el espíritu turbulento de los partidarios del General Santander y de los exaltados liberales, que simpatizaron con los conspiradores del 25 de Setiembre, y eran los que promovían la idea de la separación de la Nueva Granada. Era para ellos un obstáculo la existencia de Sucre, que consideraban como el lazo de unión para mantener la integridad de Colombia. Formóse un Club directivo de esta clase de partidarios, para llevar a efecto el pensamiento de crear una República independiente en el Centro de Colombia; y se organizó en Bogotá, compuesto de los Señores Manuel Antonio Arrublas, Ciprián Cuenca, Ángel María Flores, Doctor Vicente Azuero, Luis Montoya y Doctor Juan Vargas; uno de los Editores de El Demócrata y La Aurora, periódicos revolucionarios.
    Estos Señores fueron los que indujeron al General Domingo Caicedo, para que marchase por tierra al Ecuador el Gran Mariscal de Ayacucho, como hemos referido. ¿Cuál fue el objeto de esta insidiosa excitación al General Caicedo, para que promoviese la pronta marcha de Sucre a Quito, para trabajar a favor de la Unión Colombiana? He aquí el misterio: Salir de Sucre.
Todo el mundo conoce en Colombia la ruidosa causa que se siguió en 1840, a los asesinos del Gran Mariscal, y la ejecución que tuvo lugar de Apolinar Morillo, principal ejecutor de este crimen. Una Señora respetable de Bogotá, muy amiga de Doña Ignacia Zuleta, mujer del Señor Arrublas, veía las sesiones misteriosas de este Club, y movida de esa curiosidad propia de las Señoras, iba a escuchar por la cerradura de una puerta de la sala en que se reunían los del Club directivo, y pudo oír el plan que se habían propuesto, de inducir al General Caicedo, y dirigirse a los Generales López y Obando, que, no obstante de ser enemigos del Libertador, los tenía colocados en Neiva y Popayán, para que Sucre en su transito al Ecuador, desapareciese. El Señor Luis Montoya se encargó de dirigir las comunicaciones a Neiva, al General López, con su mayordomo José Manuel Elizalde, que había llegado ese día de la hacienda de Voitá; así sucedió, llegó Elizalde, y fue el conductor de los pliegos al General López. Hasta aquí la revelación que me hizo la Señora, de que voy hablando.
    Cuando regresé de la campaña del Sur, en 1841, y le comuniqué este descubrimiento a mi hermano el Arzobispo, manifestándole que con ello se comprendía bien lo que los Editores de El Demócrata habían dicho, que Obando haría con Sucre lo que ellos no habían hecho con Bolívar; mi virtuoso hermano se contristó: y me dijo: Por mi mano ha pasado una de esas cartas criminales, y yo le he dado curso, sin malicia siquiera de semejante atentado. Le pedí una explicación, y me hizo la siguiente: Tú sabes, me dijo, que Flóres promovió una manifestación de algunos vecinos de Pasto, para que se agregasen al Ecuador, y dio su Decreto de 5 de Mayo de 1830, acogiendo aquella manifestación, y mandó fuerzas a Pasto, para proteger esa agregación. El Prefecto y el Comandante General, Señores, Arroyo y General Obando, protestaron, y el segundo, por indicaciones de nuestro hermano Joaquín que había sido elegido Presidente y marchaba para Bogotá, siguió a Pasto con el Batallón Vargas, para impedir la segregación de Pasto y su agregación al Ecuador. Pocos días después de la marcha de Obando, llegó un posta de Neiva, trayendo comunicaciones de esa ciudad y de la de Bogotá, y yo recibí una carta en la que se me encargaba poner en mano propia de Obando la inclusa. El Teniente Coronel, José del Carmen López, Jefe del Estado Mayor, me comunicó que había llegado un extraordinario para el General Obando, y que lo iba a remitir a Pasto; y le supliqué – me dijo – que le hiciese el favor de incluirle una carta que acababa de recibir de Bogotá; y al ponerle otras incluyéndole la que había recibido, llegó el Sargento Caicedo, anunciándome que venia de parte del General Sucre, que ese día llegaría a nuestra casa; pues a ella llegaba siempre al pasar por Popayán.
    Mi hermano le escribió (a Obando), según su relato, una esquela, en que le decía: Te incluyo la adjunta carta que he recibido para ti; no puedo ser más largo, porque voy a recibir a Sucre, que debe alojarse en casa. Obando contestó a mi hermano: He recibido tu carta, te la aprecio. Sucre no pasará de aquí… Con tono consternado me agregó mi hermano: Desde ese momento no tuve tranquilidad.
    Las caballerías que había contratado Sucre para marchar, le fueron embargadas, y el dueño de ellas, Señor Luciano Valdez, dio aviso al General Sucre, que no podía seguir al día siguiente, por esta razón, y que le proporcionaría otras caballerías. Mi mujer, Señora Mariana Arboleda, le manifestó al General Sucre que no debía seguir por Pasto; que ese embargo de las caballerías a un hombre de su categoría, algo significaba. El General Sucre no creía en nada desfavorable hacia él, y se empeñó en seguir, como lo verificó.
    El 11 de Junio estaba mi hermano a la mesa con mi mujer, el Señor Lino de Pombo, Rafael Mosquera, nuestro primo, y otros amigos: cuando entró un sirviente de mi hermano, llamado Camilo, y le dijo: Mi amo, acaba de llegar el Comandante Sarria, y ha dicho en la gallera que han asesinado al General Sucre en la montaña de Berruecos. Rafael Mosquera, dando un golpe sobre la mesa, exclamó: La carta!!.
    Levantándose todos de la mesa, se fueron a la sala. Mi hermano dijo a sus amigos, presentándoles la carta de Obando: Esta carta y la que recibí de Bogotá pueden formar el sumario de un Proceso: yo soy inocente, y quemo estos documentos, porque mi carácter sacerdotal así lo exige!!.
    En época posterior le referí esto al Señor Mariano Calvo, porque éste estaba creyendo que era Flóres quien había mandado asesinar a Sucre. Me pidió permiso para hablar con el Arzobispo sobre este particular; y le dije que no tenía embarazo. El Arzobispo le repitió cuanto me había dicho, y el Señor Calvo quedó asombrado de una trama tan infernal.
    Andando los tiempos, fui en 1847 a Antioquia, y averiguando por la existencia de José Manuel Elizalde, se me aseguró que estaba lazarino en un pueblo inmediato a aquella ciudad. Me trasladé a él, para informarme de su propia boca de lo que hubiese en la comisión que llevó; y me dijo, exclamando: ¡hay! ¡General! Estoy lazarino, y tal vez es un castigo de Dios, por haber llevado unos pliegos al General López, que me dijo mi patrón Luis Montoya que eran muy interesantes; y que debía marchar a Neiva a entregárselos, dándome su mula de silla, para que hiciese el viaje con prontitud. El General López hizo llamar inmediatamente a Don Carlos Bonilla, para comprometerlo a que en el paso de Domingo Arias, del rio Magdalena, volcarán la canoa en que fuera Sucre, para ahogarlo. El Señor Bonilla se indignó, y se negó a ello.
    Elizalde oyó la discusión, y me dijo, que desde ese momento se había afligido, temiendo las consecuencias.
    Graves fueron las meditaciones que tuve, habiendo completado el descubrimiento de los verdaderos autores del crimen del asesinato de Sucre; cuales fueran los motivos políticos que indujeron a los autores del delito, al perpetrarlo; cual la debilidad de López y Obando, para prestarse a buscar asesinos, para inmolar al esclarecido Sucre en una encrucijada en la montaña de Berruecos.
    Mi hermano, el Sr. Joaquín Mosquera, al marchar de Popayán, a encargarse del Poder Ejecutivo, se encontró a tres leguas de Popayán con el General Sucre, en la parroquia de Paniquitá: durmieron en el mismo lugar, y se entretuvieron esa misma noche, discutiendo el modo como podría contrariarse la revolución que se veía venir de parte de Flóres, con motivo del Decreto de que hemos hablado, de 5 de Mayo.
    Cuando por una casualidad se descubrió lo que todos sospechábamos, quien había sido el verdadero asesino de Sucre, diez años después de ese fatal acontecimiento, se siguió la Causa por todos los tramites regulares de un juicio, y fue condenado a muerte, y ejecutada la sentencia en la plaza de Bogotá, en el reo principal Apolinar Morillo, quien antes de morir exclamó en el patíbulo: que él pagaba con su vida el crimen que había cometido, pero que otras personas al oír los tiros que se disparaban contra su corazón, debían pedir perdón a Dios, por haber tramado el delito por que él era castigado.”(Testimonio tomado originalmente de Las Memorias del General  Tomás Cipriano de Mosquera, capítulo XXXI.Pérez y Soto Ob. cit., tomo I, pp. 68-71).
    El Dr. Pérez Soto, en su obra sobre el crimen de Berruecos, cita una carta que recibió durante su investigación sobre el hecho, de parte del General neogranadino Marceliano Vélez, donde le aportaba más datos que confirmaban la existencia del Citado Club conspirador y de la reunión donde se planeó el asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho. A continuación, copiamos la citada carta del General Vélez (Pérez Soto Juan Bautista, Ob. cit., tomo I,  pp., 115-116):
                                                                  “María Teresa, 17 de Abril de 1918.
Señor Juan Bta. Pérez y Soto.
    Estimado amigo.
    En esta finca, a donde he venido a pasar unos meses con mi familia, recibí la muy interesante carta de Ud. de fecha 20 de Marzo último.
    No poseo cartas del Libertador, ni creo que mis amigos de Antioquia conserven algunas. Por eso no puedo atender lo que me dice en la parte final de su carta.
    Respecto al asunto principal de ella, tengo el gusto de referirle lo que me refirió, en conversación íntima, el Doctor José Domingo Ospina, y que he contado a algunos amigos.
    Hablando un día con él sobre el asesinato del General Sucre, me manifestó que él tenia un dato que no dejaba duda respecto a la culpabilidad de Obando y de los amigos del General Santander y enemigos del Libertador; y era el siguiente: Que conversando un día con su tío político Don Genaro Santamaría sobre el asunto de la muerte de Sucre, le manifestó el Señor Santamaría que él había asistido a la junta política que se reunió en la casa de Don Pacho Montoya, situada al frente del atrio de la Catedral, compuesta de enemigos del Libertador y su política; que esa junta, después de una larga deliberación, resolvió que era necesario suprimir al General Sucre, que era el único por sus talentos militares y su prestigio que podía conservar el predominio del Libertador en la Gran Colombia; que, adoptada esa medida, se comunicó a Obando, para suprimirlo, si iba por Pasto, al General Murgueitio, si se iba por la Buenaventura, y al General Tomás Herrera, si se iba por Panamá; se redactaron las comunicaciones del caso, y la junta se disolvió a las 5 de la tarde. Que el Señor Santamaría le agregó al Doctor Ospina, que él fue el primero que salió, y al llegar a la puerta, vió al General Sucre paseándose en el atrio de la Catedral con los brazos cruzados; que eso lo había impresionado mucho, pues le parecía que era un espectro que se le aprecia, habiendo momentos antes, decretado su muerte.
    Esto es en sustancia lo que me refirió el Doctor Ospina Camacho, y a lo cual le he dado completo crédito: yo, que era un convencido de la culpabilidad de Obando, por lo que había leído en Irisarri, Mosquera y en las Memorias del General Posada, confirmé mi opinión; y para mí no hay duda alguna de la responsabilidad de los amigos políticos del General Santander en esa época y de la culpabilidad de Obando.
    Dejo en estos términos contestada su importante carta, que tiene el noble fin de restablecer la verdad histórica respecto del más cobarde e infame crimen político cometido contra el más digno de nuestros Libertadores, llamado por el Libertador, y con razón, el más inocente de los hombres.
    Quedo siempre su amigo afectísimo y estimador sincero.
Marceliano Vélez.
P.S. – Excuse letra y redacción. Soy un anciano que cumplirá 86 años dentro de dos meses, y no tengo aquí escribiente.”   
    En la citada obra del historiador Pérez Soto, se cita un tercer testimonio que vuelve a ratificar y a confirmar la existencia del Club conformado por enemigos del Libertador y que tenía sede en Bogotá en 1830. Tal testimonio, es tomado de las memorias del plenipotenciario neogranadino José María Quijano Wallis, quien ejerciendo un ministerio bajo la presidencia del Dr. Francisco Javier Zaldúa, tuvo oportunidad de recoger a partir de sus conversaciones privadas con aquel, importantes consideraciones históricas del pasado. Una de ellas, se refiere al criminal asesinato del General Antonio José de Sucre, y la citamos a continuación:
    “El doctor Zaldúa me hacia llamar por las noches con el objeto de entretenerse en conversaciones conmigo, dando un respiro a las labores oficiales, y como para distraer su cerebro de tantas preocupaciones.
    Los viejos nos complacemos, cuando encontramos oyentes atentos, en rememorar los hechos importantes de nuestra vida pública pasada, como para consolarnos de los infortunios presentes. Así pues, el Doctor Zaldúa experimentaba un ligero solaz cuando, sentados en su sillón y abrigado de la cabeza a los pies, pues hasta guantes de lana conservaba durante el día, me refería episodios interesantes de su vida pretérita.
    Recuerdo que me contaba con emoción la partida del Libertador Bolívar en 1830, cuando pobre, demacrado como un individuo salido de una prisión o de un hospital, y encorvado sobre una mula vieja y flaca, siguió para el destierro, en medio de la rechifla de los muchachos (entre los cuales se contaba el mismo Zaldúa), que arrojaban piedras y gritaban: Abajo el viejo longaniza, escarneciendo así al grande hombre que había consagrado su fortuna y su existencia en medio de una cruenta y constante faena militar y política, para fundar cinco Repúblicas y dar libertad a todo un Continente. ¡Cuantos desengaños! Y cuantas amarguras devorarían en esos momentos negros el alma del Libertador de América, quien, como una irrisión del destino, fue a morir en ese año en la playa del Atlántico, bajo el techo hospitalario de un hidalgo español!
    En otra velada pregunté al Doctor Zaldúa cual era su opinión respecto del asesinato del Gran Mariscal de Ayacucho, y si él creía que el principal responsable de este horrible crimen era el General José María Obando.
    En respuesta a esta pregunta me refirió el Doctor la siguiente historia, muy valida en 1830, y cuando existía organizado un grupo de jóvenes, liberales exaltados, enemigos de Bolívar y de sus tendencias políticas que creían cesaristas.
    En Bogotá se había establecido el Comité directivo antiboliviano que tenía sucursales o dependencias en diversos puntos de la República. Este Comité que existía desde 1827, y que se había organizado para combatir la Dictadura de Bolívar, estaba formado por hombres notables del partido liberal de entonces, o sea de los que intentaron asesinar al Libertador en la nefanda noche de 25 de Septiembre de 1828. Sabido es que entre los conspiradores de esa época figuraron jóvenes de los más distinguidos de la sociedad de Bogotá, y hasta individuos que más tarde figuraron en primera línea en las filas del bando conservador, tales como Don Mariano Ospina Rodríguez, Presidente de 1857 a 1861 y el General Emigio Briceño, Comandante General de las fuerzas del Gobierno de esa época.
    En una de las reuniones nocturnas del Comité, los directores contemplaron la situación política en relación con el viaje del General Sucre para el Ecuador, con el objeto ostensible, según se decía, de impedir la separación de este Departamento, de la Gran Colombia, como lo había hecho ya Venezuela; pero con el fin reservado de levantar la opinión en todo el Sur de la República a favor de la Dictadura de Bolívar. Juzgaba el Comité directivo que, aunque Bolívar se hubiese separado del Gobierno y estuviese moralmente muerto después del 25 de Septiembre, podría el General Sucre con su inmenso prestigio político y militar, reemplazar al Libertador en sus planes liberticidas y restablecer la Dictadura, bajo el mando supremo del Mariscal de Ayacucho.
    Después de una larga deliberación que duró hasta las cuatro de la mañana, el Comité directivo decretó, por unanimidad, la muerte del General Sucre. Para ejecutar esta terrible sentencia se dirigieron tres pliegos, uno dentro de otro, a los Agentes del Comité en los puntos más a propósito para el asesinato, en el largo trayecto que debía recorrer el General Sucre desde Bogotá hasta Quito, por los Departamentos de Cundinamarca, Tolima y Cauca. “(Pérez Soto, Juan Bautista, ob. cit., tomo II, pp. 301-303)
LOS ASESINOS DEL MARISCAL SUCRE.
    Los hechos ocurridos en Venezuela en 1826, que concluyeron con la insubordinación del General Páez y el movimiento separatista denominado la Cosiata, despertaron en Bogotá el mismo espíritu de disolución de la Gran Colombia en los partidarios políticos del General Santander, y de los exaltados anti-bolivianos que se denominaban así mismos como “liberales”, quienes simpatizaron con la conspiración y atentado contra la vida de el Libertador la noche del 25 de setiembre de 1828. Este club de sediciosos, amasaba la idea de crear una República independiente en el centro de la Gran Colombia; el mismo tuvo su sede en la capital neogranadina y entre algunos de sus miembros y asistentes a la reunión que decidió el asesinato del Mariscal Sucre figuran: Manuel Antonio Arrublas, Ciprián Cuenca director del periódico “El Demócrata”, Juan Nepomuceno Barros y Juan Nepomuceno Gómez, impresor y editor respectivamente del mismo; Ángel María Flores, Vicente Azuero, Luis Montoya, Juan Vargas, Mariano Ospina Rodríguez, Genaro Santamaría, y el General Emigio Briceño.
Ejecutores previstos para hacer efectiva la órden de tal asesinato, emitida por el citado Club sedicioso: Generales José María Obando, Pedro José Murgueitio y  Tomás Herrera.
    Cómplices directos o indirectos: Generales José Hilario López y Juan José Flores; y Comandante Mariano Álvarez.
    Autores materiales del crimen: Coronel Apolinar Morillo, Coronel José Erazo, Coronel Juan Gregorio Sarria, los soldados licenciados Andrés Rodríguez, Juan Cuzco y Juan Gregorio Rodríguez.
De los autores materiales de aquel horrendo crimen, poco tiempo después de ejecutado, fallecieron repentinamente en la población de Ventaquemada (se dice que envenenados por orden del mismo José María Obando) los soldados Andrés y Juan Gregorio Rodríguez, así como Juan Cuzco. El general Obando huyó con sus cómplices Sarria, Álvarez y Fidel Torres en el mes de julio de 1840 a consecuencia de las averiguaciones que sobre el crimen comenzaron en 1839.
    José Erazo y Apolinar Morillo fueron detenidos y juzgados en Bogotá; siendo condenado a muerte éste último por un consejo de guerra, y fusilado el 30 de noviembre de 1840. Erazo, condenado a prisión, fue recluido a los calabozos de Cartagena.

Recopilación de José Peña, Caracas 2012.
 
BIBLIOGRAFÍA:

-    RUMANZO GONZÁLEZ, ALFONSO. Sucre Biografía del Gran Mariscal. Reedición homenaje de la Presidencia de la República, caracas 1995.
-         COVA, J. A., Sucre Ciudadano de América, Vida del Gran Mariscal de Ayacucho. Caracas, ediciones de la Presidencia de la República, 1995. Reedición de la versión original de la obra de 1945.
-         PÉREZ y SOTO, JUAN BAUTISTA. El Crimen de Berruecos, Asesinato de Antonio José de Sucre Gran Mariscal de Ayacucho, Escuela tip. Salesiana, Roma 1924, V tomos.
-      VILLANUEVA, LAUREANO. Sucre Vida del Gran Mariscal, imprenta nacional, reedición de la Presidencia de la República, Caracas 1995.
-         GRISANTI, ANGEL. Los Restos del Gran Mariscal de Ayacucho y la Hacienda El Deán, editorial Plenitud, Quito 1948.

miércoles, 23 de mayo de 2012


    ¿QUE UNIFORME VISTIÓ EL LIBERTADOR EN SU ÚLTIMA VISITA A CARACAS EL 10 DE ENERO DE 1827?
 “A finales del año 1826, Bolívar regresa a Venezuela desde Perú con la intención de resolver los fuertes conflictos y divergencias que se revelaron en el confuso torbellino separatista llamado la Cosiata o, como claramente lo precisó el propio Bolívar, para evitar el delito de una guerra civil.
    El Libertador llegó a Maracaibo por la costa, inmediatamente lanzó una proclama para evitar la guerra fratricida y anunció la realización de una Gran Convención Nacional. Poco tiempo después partió hacia Coro con el fin de llegar a Puerto Cabello. Decretó la amnistía general a los rebeldes y le restituyó la autoridad civil y militar a Páez.
    El 4 de enero de 1827 se encontrará y abrazará con Páez en los alrededores de Valencia. El 10 de enero de 1827, Bolívar y Páez entrarán a Caracas acompañados durante todo el trayecto por la música y el júbilo de una apretujada y emocionada multitud.
    (…)Bolívar permaneció en Caracas seis meses. Durante ese tiempo se enfrentó al caos existente intentando arreglar los graves problemas administrativos y fiscales. El 5 de julio partió de Caracas para ir a Bogotá con el objetivo de enfrentar los poderosos intentos de desintegrar a la gran República. No volverá a pisar su tierra natal en vida.” (1) 
 ¿Cual era el uniforme militar que vistió el Libertador Simón Bolívar en su última entrada a su ciudad natal, el 10 de enero de 1827? En lo personal manejamos la hipótesis plausible, de que el Libertador usó para aquella importante ocasión, el uniforme que le obsequiara la Municipalidad de Lima en 1825, incluyendo el hermoso cinturón con la espada hoy llamada del Perú.
    Nos apoyamos en el supuesto razonable, que el Padre de la Patria, estando plenamente consiente de la gran expectativa e importancia del hecho de su retorno a la ciudad de Caracas, y a su país natal, luego de una ausencia de varios años producto de la culminación de la guerra de independencia, deseaba presentarse en sus mejores galas. Ya con anterioridad, había enviado desde el Perú a su hermana María Antonia, el magnífico retrato de tamaño natural que le realizó el artista José Gil de Castro, en el cual viste dicho uniforme; ¿Por qué entonces, no hacer su entrada triunfal, vistiendo igual gala, ya que el retrato no era desconocido para buena parte de la sociedad caraqueña del momento?
    Al confrontar dicha hipótesis con el siguiente testimonio poco conocido y muy emotivo, de un testigo de la entrada del General en Jefe y Libertador Presidente de la Gran Colombia a la capital de Venezuela en enero de 1827, donde se hace referencia al uniforme que portaba, y el documento donde se hace inventario, tanto de los uniformes como de las espadas que les fueron obsequiadas en Lima al Libertador y al Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, el lector podrá acordar con el autor, que nuestra aseveración, pudiera no estar lejos de la verdad.


“Extracto del Diario de la Señora que nos educó: Entrada del Libertador a Caracas 10 de Enero de 1827. Bello Monte Enero 6/27.
    Después de semanas y meses de ansiedades y temores, de sustos y correrías a la ciudad se dice que Bolívar realmente se aproxima, pero tantos son los rumores por no decir cuentos que no me atrevo todavía a asegurarlo, Dios quiera que venga! Pues la soldadesca sigue insolentándose más y más y hoy dicen que amenazaban robar los almacenes y saquear la ciudad.
Enero 15. El Libertador al fin ha llegado! Entro el día 10 y no dudo que una relación de este importante evento será aceptable para Uds. Del otro continente haré lo posible para pintarles la escena.
    El estado de anarquía en que se encontraba Caracas por unas semanas previamente, pero con creces a la semana anterior a la llegada del Presidente el temor del motín que se anunciaba, entre la tropa, había esparcido la tristeza y el disgusto en todos los ánimos e hicieron que todas las esperanzas se fijaran en la pronta llegada de Bolívar y cuando se supo que estaba en Valencia la Municipalidad envió una comisión de su seno para congratularle y ofrecerle una entrada pública el día que se nombrara. Miércoles 10 a las cuatro de la tarde fue la fecha por él escogido.
    Cuando se supo esto, nosotros, que vivimos como a una legua distante resolvimos ir a pie pues ni caballo, ni mula se podía conseguir, todos habiendo sido cogidos por la tropa, o escondidos en el monte, y como los del Sr. Alderson estaban en su hacienda en los Valles de Aragua con él, el carruaje estaba inutilizado.
    Salimos pues, grandes y pequeños acompañados de todos los criados de la casa pues fue un día de fiesta general, y llegamos con felicidad. En Caracas todo era animación y alegra bullicio; en cuanto habíamos descansado y mudado de traje donde una amiga salimos a la calle a ver lo que hubo de ver. Todo tráfico había cesado, las cales estaban barridas y limpias y una muchedumbre de gente llenaba las calles, cada uno preguntaba al otro ¿Cuándo debía entrar Bolívar? Abrazándose (al estilo Colombiano) y felicitándose mutuamente. Muchos arcos adornaban las calles por donde debía pasar, las casas particulares todas fueron adornadas de riquísimas cortinas de damasco azul amarilla y colorada, (los colores nacionales) de que la mayor parte de las casas parecían tener gran acopio – restos de antiguo esplendor y adonde no tenían damascos relucían pañolones o chales de raso, crepón o seda en manifestación de la adhesión de sus dueños y proclamando que aunque fuesen menos ricos eran igualmente patriotas.
    Un templete fue erigido en la Plaza, de forma octagonal con emblemas y divisas por todas partes adornado con guirnaldas, banderas, flores en fin todo lo que podía contribuir a su embellecimiento. Las canastillas alrededor de la plaza fueron adornadas con el mayor gusto y cada puerta ostentaba la bandera Colombiana y encima sombreándolas hermosas palmas amarradas con cintas de los colores nacionales llevando en el centro un retrato de Bolívar con alguna frase apropiada. De todas las demás tiendas y los almacenes ondeaban las banderas de sus respectivas nacionalidades.
    Los extranjeros residentes en Caracas se reunieron el día 9 y resolvieron que cada nacionalidad se irían juntas cada una con su bandera patria y reunidos irían juntos a encontrar y felicitar el Libertador encabezado por uno que llevaría una bandera general y así se llevó a cabo – la inglesa la llevó el Señor Zuill, la de los Estados Unidos Mr. Eduardo Robinson no se los nombres de los otros, y la bandera general la llevó Mr. Nocatta, fueron hasta Antimano adonde aguardaron al Libertador: - fueron presentados, los recibieron con la mayor cordialidad cambiaron arengas y se agregaron a la comitiva que le acompañaron a Caracas.
    Fuimos a la casa del Dr. Hill en la calle Carabobo (ocupada ahora por los hermanos Eraso) quien bondadosamente nos cedió una ventana grande de donde vimos perfectamente el grandioso espectáculo. Es obviamente imposible darles una idea del bullicio, la animación y la alegría de la multitud que llenaba las cales. Señoras vestidas como para un baile pasando para las varias casas de la carrera, niños con sus ayas haciendo todos los colores del arcoíris con sus mejores galas en alegres y pintorescos grupos, - los oficiales de gran uniforme sobre corceles soberbios galopeaban arriba y abajo para ver que todo estaba en orden, - Señores sin número, viejos y jóvenes deteniéndose en su carrera, para dar un estrecho abrazo a algún amigo que encontraba, al estilo colombiano dándose palmadas en el hombro o más bien espalda, dándose mutuamente congratulaciones y algunos especialmente ancianos llorando de pura alegría y contento; todos sin excepción llevaban orlando los sombreros una cinta blanca con la divisa “Viva el Presidente Simón Bolívar”: - y luego la muchedumbre constantemente vociferando ofrecían un conjunto que nunca se borrará de mi memoria!.
    Cuando el cañón anunció que había entrado en la Ciudad había en todos como una ansiedad febril aumentando en grados cuanto más se acercaba; unos oficiales y ciudadanos que habían ido a encontrarle empezaban a pasar con la noticia “ya entró a la calle San Juan” – luego “ya está en Capuchinos” – más tarde que “dos calles no más nos separaba” – y al fin que había entrado a la calle Carabobo! Las señoras no dejaban pasar a nadie sin preguntarle desde las ventanas, por donde venia y sin esperar la contestación hacían la misma pregunta al que le seguía. Noté en particular una señora anciana, amiga de la familia, en el balcón de la casa en frente a nosotras por la exuberancia de su entusiasmo y gozo: no dejaba pasar un jinete sin llamarlo para preguntar por donde venia el Libertador y cuando llegaría. La alegría pintada en su fisonomía – sus ojos brillando como en su primera juventud despedía llamas de contento y una viveza de movimiento que podía haber tenido a los quince.  Pasaban al fin unos oficiales encabezados por un joven de aspecto sumamente militar y con el polvo y otras señales de viaje en su rico uniforme y “Diego, Diego”, gritó la anciana reconociéndolo y el joven viendo hacia arriba le saludó sombrero de pluma en mano a ella y demás conocidas en el balcón y quería seguir pues anhelaba abrazar a su linda esposa que le aguardaba un poco más allá, pero tuvo que detenerse a contestar las innumerables preguntas de la Señora - ¿Por donde viene Simón (así lo llamaba) ya? - ¿Está muy cansado? - ¿Está muy viejo?” - ¿Se dilatará mucho? “ve ve” Está a la vista” exclamó al fin el gallardo joven general Diego Ibarra, edecán y favorito de su gran jefe y echó a volar su magnifico corcel por entre la apiñada multitud.
    Efectivamente se aproximaba ya y nadie tenía ojos ni oídos sino para el héroe. Los frenéticos “vivas”! de la muchedumbre y de los soldados – las voces penetrantes de las mujeres y el tiple de los niños – las campanas a todo vuelo ensordecían: el ondeo de sombreros y de pañuelos formaron un conjunto que nunca había podido imaginar, mucho menos haberlo presenciado y anunciaba su proximidad y a los pocos momentos vimos al Libertador mismo.
    Pintar nuestras sensaciones es imposible; en aquel momento aquel solo hombre reinaba en lo más íntimo de los corazones de aquella muchedumbre delirante de gozo al volverle a ver. Estaba viendo al hombre que nunca pensaba ver; - el guerrero de quien había oído tanto; - el desinteresado patriota que había ofrendado su vida y su fortuna a su Diosa – La Libertad! – a aquel grande hombre cuyo nombre solo, se veneraba donde quiera se aspiraba a ser libres.
    El carruaje que le conducía venia paso entre paso y no podía ser de otra manera por la densidad del gentío y no comprendo aun así como se evitó una desgracia.
    El Libertador y el general Páez solos ocuparon el carruaje, fuera del dueño de él, Mr. Jeller, habiéndose ofrecido en obsequio de la grandiosa ocasión ser él mismo su conductor.
    Ambos estaban magníficamente vestidos: el Libertador con casaca azul oscuro únicamente bordado en oro, pantalón encarnado con anchos galones dorados (*). El general Páez con uniforme blanco bordado en oro y ambos con charreteras soberbias: - y ambos llevaban en la mano el sombrero militar con ricas plumas, contestando continuamente de un lado y otro y la multitud doblaba sus vítores; no llegaron a cubrirse las cabezas ni una sola vez mientras nosotras pudimos verlos. Primero venia la tropa, luego la municipalidad y con ellos los Cónsules Ingles y Holandés: después un cuerpo numerosísimo de ciudadanos – entonces, el carruaje tirado por dos caballos y tanto ellos como el carruaje linda y profusamente adornados con flores y cintas de los tres colores nacionales luego vinieron los extranjeros con sus diferentes banderas desplegadas otro mundo de ciudadanos y finalizó con la tropa y todo el mundo que quiso agregarse.
    Al pasar se les echaron de todas las ventanas y balcones rosas y hojas de flores, y éstas últimas cayendo desde alto venían a posar sobre las cabezas de los dos héroes; la de Bolívar, calva ya, guardaba pocas, pero la cabellera negra y rizada de Páez estaba materialmente cubierta de ellas.
    No hay lenguaje que pueda pintar el frenético entusiasmo de la gente al ver a Bolívar otra vez, - ni que pueda expresar su delirio. La anciana Señora del balcón enfrente, la Señora Doña Josefa Tovar de Buroz, gritaba con el mejor pulmón Viva Bolívar! Viva! Viva! Tirándole puñados de rosas. El Libertador atraído por la voz, volvió la vista al balcón, reconoció en ella una amiga antigua y se sonrió haciéndole una profunda cortesía. Su felicidad parecía completa y como fatigada de emoción se dejó caer en un sillón que se le había colocado en el balcón.
    No se puede imaginar un contraste más grande que el que presentaban los dos Generales. Bolívar, joven aún, pues tiene poco más de 40 años, representa a lo menos 60 – parecía fatigado,cansado; una expresión de profunda tristeza y seriedad se pintaban en su rostro; sonreía de cuando en cuando al oír la atronadora gritería del pueblo o cuando contestaba el saludo de alguna persona conocida, pero era una sonrisa patética; tal vez pensaba en la veleidad del pueblo, del cual muchos habían aplaudido los hechos de la reciente facción; pero no se puede dudar que la mayor parte de ellos, millares y millares le saludaban de todo corazón, y le veían como el protector de las libertades de su patria.
    El General Páez por el contrario era la imagen de contento y felicidad y parecía que conocía que había traspasado todas sus responsabilidades y cuidados a su compañero; su rostro hermoso y animado fue iluminado por sonrisas, y gozaba del espectáculo como si se hubiera hecho todo para él; aunque Bolívar era el ídolo y el león del día, no cabía duda que Páez era el más feliz de los dos.
    La procesión siguió hasta la Catedral adonde fue recibido Bolívar por el Clero, y conducido junto con el General Páez a los asientos preparados para ellos. Se  cantó el Te Deum y concluidas las ceremonias religiosas siguieron a la casa del Libertador adonde le aguardaban sus hermanas, parientes, muchos amigos íntimos y algunos extranjeros, llenándose pronto la casa, pues no se le negaba la entrada a nadie.
    Al entrar en su casa le recibieron quince niñas elegantemente vestidas, cada una ofreciéndole una banderita con diferentes divisas. Bolívar las recibió con evidente gusto y distribuyó las banderitas a distintas personas presentes acompañando a cada una con palabras elocuentes y lisonjeras. Al General Páez le dio la que llevaba por mote la palabra “Valor” al viejo Marques del Toro la de “Desinteresado” al Dr. Mendoza que había sido Intendente en 1826 y había salido de su país, antes que sancionar los procederes del partido revolucionario, le dio “Integridad” y así las demás.
    Una escena conmovedora le aguardaba al entrar a la sala: sobre una especie de altar estaban dos niñitas vestidas de Indias, representando la Patria, dándole la bienvenida en nombre de esa Patria e implorando su protección y cuido paternal.
    Eran nietecitas de su hermana Antonia (Camachos) y representaban su papel admirablemente y con sumo despejo. Al concluir Bolívar las abrazó con infinita ternura y cariño.
    A la noche las calles continuaron llenas de gente – y varias veces diferentes grupos se pararon enfrente de las ventanas pidiendo a gritos que el Libertador se dejara ver – súplica que nunca fue desatendida aunque la sala estaba repleta de visitas, hombres y mujeres, y siempre fue recibido con los mismos gritos y vítores.
    A los pocos días vino el General Bolívar a hacer una visita a la Señora Alderson acompañado del Marques del Toro y el General Ibarra. Al entrar el Marques se hizo maestro de ceremonias y presentó al Libertador las que eran hijas de Don Juan – y todas hijas, cuñadas, y demás familia tuvimos el honor de un buen apretón de manos (hand shake) del grande hombre.
    Tal vez la conversación hubiera sido un poco pesada, pues no pudimos decirle en su cara toda nuestra admiración y veneración, sino hubiera sido por el alegre y jovial Marques del Toro, que no cesaba de conversar y reírse y fue bien secundado por el General Ibarra, - Cuando salió Bolívar, la casa estaba rodeada de gente, que guardaron un silencio respetuoso hasta que se montó cuando prorrumpieron en ruidosos y entusiastas “Vivas!” que se repitieron hasta que se perdió de vista.
    El 10 de Enero de 1827.
Enero 20 de 1827.
    El Señor Alderson ha vuelto de su hacienda en los Valles de Aragua y nos ha contado algo de los sucesos antes de llegar Bolívar a Caracas.
    Se dice generalmente, sin que el responda de la verdad, que Bolívar llegó a Puerto Cabello el día de Año Nuevo, e inmediatamente le escribió a Páez, que se encontraba en Valencia convidándole a una entrevista en aquel Puerto. Paéz quiso ir, pero las personas que entonces le influían le disuadieron y una negativa a la invitación fue el resultado de las deliberaciones. Esto, en las actuales circunstancias, se consideraba como un acto de abierta hostilidad; pero Bolívar resuelto a impedir una guerra civil a todo trance, proclamó en el acto una amnistía general y completo olvido del pasado, pues por su parte no había vivido el año de 26, y por consiguiente ignoraba lo ocurrido, o palabras en este sentido; y en el acto se puso en camino con unos pocos oficiales, y salió para Valencia sin guardias. Cuando Páez supo que se aproximaba salió a encontrarle, y cuando los dos Jefes se avistaron, ambos desmontaron y se abrazaron con una efusión como amigos y camaradas antiguos.
    Llegados a la casa del General Páez en Valencia, Bolívar desprendió la espada de su cintura y la tiró al suelo como para mostrar su confianza en el honor de a quienes se había entregado, y volvieron a abrazarse.
    Siguieron luego a Maracay, adonde grandes preparativos se estaban haciendo para su recepción. Pero tan rápidos eran los movimientos del Libertador que no habían concluido las decoraciones y adornos para la hora que él había anunciado y discutían la proposición de enviar una comisión suplicándole demorara su entrada unas horas cuando vinieron a avisar a la Junta que ya estaba entrando.
    Las Señoras habían hecho una bandera lujosísima con una inscripción de adhesión y todo estaba listo menos la colocación en el asta, concluyeron apresuradamente y salieron con todo Maracay a recibirle.
    Después de varios discursos u arengas las señoras presentaron su ofrenda, que fue recibida con la mayor amabilidad después de un florido discurso por la Señora que la presentó y desplegando sus ricos pliegues se encontró que le habían colocado con su expresiva dedicación – al revés! (voces abajo) Por un momento la mortificación de las Señoras fue grande, pero un chiste oportuno de uno de los concurrentes convirtió la pena en risa conforme con la hilaridad del día.
    El Señor Alderson cuya hacienda estaba cerca de Maracay pasó el día con su antiguo amigo a quien no había visto hacia años y nos dice que es imposible imaginar el entusiasmo y alegría de toda la población; la turba invadió la casa y se llenó de personas de toda clase y condición. Nos contó que estando él una vez y unos oficiales conversando en el patio con el Libertador, notaron a un hombre algo mayor, un mulato de aspecto respetable viendo a Bolívar con tanta fijeza y como queriéndole hablar, pero sin atreverse cuando llamó la atención del General, que le preguntó si quería algo, el hombre avanzando y envalentonado por el tono y modo de Bolívar contestó pero tímidamente – “un abrazo mi General!” Bolívar inmediatamente le abrazó dándole al estilo Colombiano, unas sonoras palmadas en la espalda. El hombre loco de contento salió a la calle gritando “El Libertador me ha abrazado! – me ha abrazado!”
    Los esclavos de las haciendas adyacentes, vestidos de gala vinieron con cuerpo a ver a su ídolo: invadieron la casa – atestaron los corredores y entraron sin escrúpulo a la sala adonde entonces se encontró Bolívar, que pronto se hizo inhabitable por el aire pesado de tanta gente que aunque galanes, no resplandecían por aseados hasta que Bolívar tuvo que suplicarles se retirasen para que él descansara ofreciéndoles, llamándoles “mis amigos” que en cuanto hubo descansado un rato pasearía a caballo por todo Maracay para tener el gusto de volverles a ver. Vana súplica! Ni uno se movió ni hicieron el menor caso a su exigencia! Hasta que él mismo tuvo que escaparse acompañado de tres o cuatro amigos, entre ellos el Sr. Alderson, a un aposento contiguo y haciéndose quitar sus pesadas botas por su sirviente, se tiró sobre un catre y por largo rato conversó hasta que los amigos más circunspectos que los esclavos, se retiraron y le dejaron a su corto reposo.
    El día siguiente tomaron camino para la capital. En la Victoria hicieron grandes preparativos – entre ellos un banquete y un baile, pero Bolívar no pudo aceptar sino al primero y en la tarde siguió viaje para Caracas.”(2)
 ( *) Las negritas, son del autor de éste artículo.


 Retrato de Bolívar Ecuestre. Autor, Hilarión Ibarra – 1826 circa. Museo Bolivariano Caracas.
Este retrato, nos muestra al Libertador vistiendo el uniforme y la condecoración que le fuera obsequiada en el Perú en 1825. Muy probablemente, el artista habría realizado su obra de memoria pero basándose en el testimonio visual de cómo vestía el héroe, en esos días de su llegada a Caracas en enero de 1827. Compárese esta imagen, con la narración anterior y con la descripción que de dicho uniforme presentamos.



    A continuación referimos detalles interesantes, referidos a los uniformes y espadas que les fueron obsequiadas al Libertador Simón Bolívar y al Gran Mariscal de Ayacucho, por la Municipalidad de Lima a finales de 1825. Los datos que vamos a citar, los hemos tomado del estudio iconográfico que hace el Sr. Alfredo Boulton sobre la figura del ilustre Cumanés, quien a su vez, cita como su fuente a las memorias del General Daniel Florencio O´Leary:

“Razón de lo que contienen los cuatro cajones que se remiten a S.E. el señor Libertador.
A saber:
Una espada de oro del largo de una vara y siete pulgadas guarnecida de brillantes y marcada con las letras S.B. Tres brillantes grandes y cuarenta y dos sobrepuestos que comprenden todos los brillantes. Una chapa del cinturón de la espada con dieciocho sobrepuestos entre los cuales va un brillante grande. Un cinturón bordado de oro en paño grana con ocho hebillas de oro. Va en una caja de madera nueva forrada en seda con su respectivo almohadón.
Una espada de oro largo de una vara y siete pulgadas guarnecidas de brillantes con tres grandes y veintiséis sobrepuestos en diversas formas, con las letras A.J.S. Una chapa de oro del cinturón de la espada, con seis sobrepuestos de brillantes; un cinturón bordado de oro en paño grana con ocho hebillas de oro macizo acondicionado todo en su caja de madera nueva, forrada en seda con su almohadón.
Dos pares de charreteras de hilo de oro con divisa de General en Jefe, acondicionado cada par en su respectiva caja de plata, una con la cifra con las letras de oro S.B. y la otra con las letras de oro A.J.S.
Dos sombreros grandes guarnecidos con galón ancho de oro, arco de plumas blancas, escarapela colombiana, acondicionados en sus cajas de plata, cada uno por separado con sus iniciales de oro S.B. – A.J.S.
Un calzón paño de grana bordado de hilo de oro, con un laurel de dibujo, once botones de oro macizo pegados y tres sueltos chicos.
Una casaca de paño azul con solapa, cuello, faldas, botamangas, carteras y talle bordados en hilo de oro, veintidós botones grandes de oro macizo y tres sueltos, forrada en seda. Va acondicionado este vestido en su caja de madera nueva forrada en seda con su cubierta de un colchoncito, su marca S.B.
Otro vestido igual en todo, sólo con la diferencia de no ir cosido, con la misma botonadura suelta, acondicionado todo en otra caja igual con dos colchoncitos con su marca de las letras A.J.S.
C. Freyre.”(3)

NOTAS AL PIE DE PÁGINA:
 (1) Ultimo Viaje del Libertador a Caracas. Artículo publicado en la revista Memorias de Venezuela, nº 20, julio / 2011, Caracas, p. 79.
(2) Material copiado en el Archivo de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, código XVII 3-caja 55.
 (3) Alfredo Boulton. Iconografía del Gran Mariscal de Ayacucho, pp. 69-71.

Investigación de José Peña, Caracas, mayo 2012.