¿QUE UNIFORME VISTIÓ EL LIBERTADOR EN SU ÚLTIMA VISITA A CARACAS EL 10 DE ENERO DE 1827?
“A finales del año 1826, Bolívar regresa a
Venezuela desde Perú con la intención de resolver los fuertes conflictos y
divergencias que se revelaron en el confuso torbellino separatista llamado la
Cosiata o, como claramente lo precisó el propio Bolívar, para evitar el delito
de una guerra civil.
El
Libertador llegó a Maracaibo por la costa, inmediatamente lanzó una proclama
para evitar la guerra fratricida y anunció la realización de una Gran
Convención Nacional. Poco tiempo después partió hacia Coro con el fin de llegar
a Puerto Cabello. Decretó la amnistía general a los rebeldes y le restituyó la
autoridad civil y militar a Páez.
El
4 de enero de 1827 se encontrará y abrazará con Páez en los alrededores de
Valencia. El 10 de enero de 1827, Bolívar y Páez entrarán a Caracas acompañados
durante todo el trayecto por la música y el júbilo de una apretujada y
emocionada multitud.
(…)Bolívar permaneció en Caracas seis meses. Durante ese tiempo se
enfrentó al caos existente intentando arreglar los graves problemas
administrativos y fiscales. El 5 de julio partió de Caracas para ir a Bogotá
con el objetivo de enfrentar los poderosos intentos de desintegrar a la gran
República. No volverá a pisar su tierra natal en vida.” (1)
¿Cual era el uniforme militar que vistió el
Libertador Simón Bolívar en su última entrada a su ciudad natal, el 10 de enero
de 1827? En lo personal manejamos la hipótesis plausible, de que el Libertador
usó para aquella importante ocasión, el uniforme que le obsequiara la
Municipalidad de Lima en 1825, incluyendo el hermoso cinturón con la espada hoy
llamada del Perú.
Nos
apoyamos en el supuesto razonable, que el Padre de la Patria, estando
plenamente consiente de la gran expectativa e importancia del hecho de su
retorno a la ciudad de Caracas, y a su país natal, luego de una ausencia de
varios años producto de la culminación de la guerra de independencia, deseaba
presentarse en sus mejores galas. Ya con anterioridad, había enviado desde el
Perú a su hermana María Antonia, el magnífico retrato de tamaño natural que le
realizó el artista José Gil de Castro, en el cual viste dicho uniforme; ¿Por
qué entonces, no hacer su entrada triunfal, vistiendo igual gala, ya que el
retrato no era desconocido para buena parte de la sociedad caraqueña del
momento?
Al
confrontar dicha hipótesis con el siguiente testimonio poco conocido y muy
emotivo, de un testigo de la entrada del General en Jefe y Libertador
Presidente de la Gran Colombia a la capital de Venezuela en enero de 1827,
donde se hace referencia al uniforme que portaba, y el documento donde se hace
inventario, tanto de los uniformes como de las espadas que les fueron
obsequiadas en Lima al Libertador y al Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José
de Sucre, el lector podrá acordar con el autor, que nuestra aseveración, pudiera
no estar lejos de la verdad.
“Extracto del Diario de la Señora que nos
educó: Entrada del Libertador a Caracas 10 de Enero de 1827. Bello Monte Enero
6/27.
Después de semanas y meses de ansiedades y temores, de sustos y
correrías a la ciudad se dice que Bolívar realmente se aproxima, pero tantos
son los rumores por no decir cuentos que no me atrevo todavía a asegurarlo,
Dios quiera que venga! Pues la soldadesca sigue insolentándose más y más y hoy
dicen que amenazaban robar los almacenes y saquear la ciudad.
Enero 15. El Libertador al fin ha llegado!
Entro el día 10 y no dudo que una relación de este importante evento será
aceptable para Uds. Del otro continente haré lo posible para pintarles la
escena.
El
estado de anarquía en que se encontraba Caracas por unas semanas previamente,
pero con creces a la semana anterior a la llegada del Presidente el temor del
motín que se anunciaba, entre la tropa, había esparcido la tristeza y el
disgusto en todos los ánimos e hicieron que todas las esperanzas se fijaran en
la pronta llegada de Bolívar y cuando se supo que estaba en Valencia la
Municipalidad envió una comisión de su seno para congratularle y ofrecerle una
entrada pública el día que se nombrara. Miércoles 10 a las cuatro de la tarde
fue la fecha por él escogido.
Cuando se supo esto, nosotros, que vivimos como a una legua distante
resolvimos ir a pie pues ni caballo, ni mula se podía conseguir, todos habiendo
sido cogidos por la tropa, o escondidos en el monte, y como los del Sr.
Alderson estaban en su hacienda en los Valles de Aragua con él, el carruaje
estaba inutilizado.
Salimos pues, grandes y pequeños acompañados de todos los criados de la
casa pues fue un día de fiesta general, y llegamos con felicidad. En Caracas
todo era animación y alegra bullicio; en cuanto habíamos descansado y mudado de
traje donde una amiga salimos a la calle a ver lo que hubo de ver. Todo tráfico
había cesado, las cales estaban barridas y limpias y una muchedumbre de gente
llenaba las calles, cada uno preguntaba al otro ¿Cuándo debía entrar Bolívar?
Abrazándose (al estilo Colombiano) y felicitándose mutuamente. Muchos arcos
adornaban las calles por donde debía pasar, las casas particulares todas fueron
adornadas de riquísimas cortinas de damasco azul amarilla y colorada, (los
colores nacionales) de que la mayor parte de las casas parecían tener gran
acopio – restos de antiguo esplendor y adonde no tenían damascos relucían
pañolones o chales de raso, crepón o seda en manifestación de la adhesión de
sus dueños y proclamando que aunque fuesen menos ricos eran igualmente
patriotas.
Un
templete fue erigido en la Plaza, de forma octagonal con emblemas y divisas por
todas partes adornado con guirnaldas, banderas, flores en fin todo lo que podía
contribuir a su embellecimiento. Las canastillas alrededor de la plaza fueron
adornadas con el mayor gusto y cada puerta ostentaba la bandera Colombiana y
encima sombreándolas hermosas palmas amarradas con cintas de los colores
nacionales llevando en el centro un retrato de Bolívar con alguna frase
apropiada. De todas las demás tiendas y los almacenes ondeaban las banderas de
sus respectivas nacionalidades.
Los
extranjeros residentes en Caracas se reunieron el día 9 y resolvieron que cada
nacionalidad se irían juntas cada una con su bandera patria y reunidos irían
juntos a encontrar y felicitar el Libertador encabezado por uno que llevaría
una bandera general y así se llevó a cabo – la inglesa la llevó el Señor Zuill,
la de los Estados Unidos Mr. Eduardo Robinson no se los nombres de los otros, y
la bandera general la llevó Mr. Nocatta, fueron hasta Antimano adonde
aguardaron al Libertador: - fueron presentados, los recibieron con la mayor
cordialidad cambiaron arengas y se agregaron a la comitiva que le acompañaron a
Caracas.
Fuimos a la casa del Dr. Hill en la calle Carabobo (ocupada ahora por
los hermanos Eraso) quien bondadosamente nos cedió una ventana grande de donde
vimos perfectamente el grandioso espectáculo. Es obviamente imposible darles
una idea del bullicio, la animación y la alegría de la multitud que llenaba las
cales. Señoras vestidas como para un baile pasando para las varias casas de la
carrera, niños con sus ayas haciendo todos los colores del arcoíris con sus
mejores galas en alegres y pintorescos grupos, - los oficiales de gran uniforme
sobre corceles soberbios galopeaban arriba y abajo para ver que todo estaba en
orden, - Señores sin número, viejos y jóvenes deteniéndose en su carrera, para
dar un estrecho abrazo a algún amigo que encontraba, al estilo colombiano
dándose palmadas en el hombro o más bien espalda, dándose mutuamente
congratulaciones y algunos especialmente ancianos llorando de pura alegría y
contento; todos sin excepción llevaban orlando los sombreros una cinta blanca
con la divisa “Viva el Presidente Simón Bolívar”: - y luego la muchedumbre
constantemente vociferando ofrecían un conjunto que nunca se borrará de mi
memoria!.
Cuando el cañón anunció que había entrado en la Ciudad había en todos
como una ansiedad febril aumentando en grados cuanto más se acercaba; unos
oficiales y ciudadanos que habían ido a encontrarle empezaban a pasar con la
noticia “ya entró a la calle San Juan” – luego “ya está en Capuchinos” – más
tarde que “dos calles no más nos separaba” – y al fin que había entrado a la
calle Carabobo! Las señoras no dejaban pasar a nadie sin preguntarle desde las
ventanas, por donde venia y sin esperar la contestación hacían la misma
pregunta al que le seguía. Noté en particular una señora anciana, amiga de la
familia, en el balcón de la casa en frente a nosotras por la exuberancia de su
entusiasmo y gozo: no dejaba pasar un jinete sin llamarlo para preguntar por
donde venia el Libertador y cuando llegaría. La alegría pintada en su
fisonomía – sus ojos brillando como en su primera juventud despedía llamas de
contento y una viveza de movimiento que podía haber tenido a los quince. Pasaban al fin unos oficiales encabezados por
un joven de aspecto sumamente militar y con el polvo y otras señales de viaje
en su rico uniforme y “Diego, Diego”, gritó la anciana reconociéndolo y el
joven viendo hacia arriba le saludó sombrero de pluma en mano a ella y demás conocidas
en el balcón y quería seguir pues anhelaba abrazar a su linda esposa que le
aguardaba un poco más allá, pero tuvo que detenerse a contestar las
innumerables preguntas de la Señora - ¿Por donde viene Simón (así lo llamaba)
ya? - ¿Está muy cansado? - ¿Está muy viejo?” - ¿Se dilatará mucho? “ve ve” Está
a la vista” exclamó al fin el gallardo joven general Diego Ibarra, edecán y
favorito de su gran jefe y echó a volar su magnifico corcel por entre la
apiñada multitud.
Efectivamente se aproximaba ya y nadie tenía ojos ni oídos sino para el
héroe. Los frenéticos “vivas”! de la muchedumbre y de los soldados – las voces
penetrantes de las mujeres y el tiple de los niños – las campanas a todo vuelo
ensordecían: el ondeo de sombreros y de pañuelos formaron un conjunto que nunca
había podido imaginar, mucho menos haberlo presenciado y anunciaba su
proximidad y a los pocos momentos vimos al Libertador mismo.
Pintar nuestras sensaciones es imposible; en aquel momento aquel solo
hombre reinaba en lo más íntimo de los corazones de aquella muchedumbre
delirante de gozo al volverle a ver. Estaba viendo al hombre que nunca pensaba
ver; - el guerrero de quien había oído tanto; - el desinteresado patriota que
había ofrendado su vida y su fortuna a su Diosa – La Libertad! – a aquel grande
hombre cuyo nombre solo, se veneraba donde quiera se aspiraba a ser libres.
El
carruaje que le conducía venia paso entre paso y no podía ser de otra manera
por la densidad del gentío y no comprendo aun así como se evitó una desgracia.
El
Libertador y el general Páez solos ocuparon el carruaje, fuera del dueño de él,
Mr. Jeller, habiéndose ofrecido en obsequio de la grandiosa ocasión ser él
mismo su conductor.
Ambos estaban magníficamente vestidos: el Libertador con casaca azul oscuro únicamente bordado en oro,
pantalón encarnado con anchos galones dorados (*). El general Páez con
uniforme blanco bordado en oro y ambos con charreteras soberbias: - y ambos
llevaban en la mano el sombrero militar con ricas plumas, contestando
continuamente de un lado y otro y la multitud doblaba sus vítores; no llegaron
a cubrirse las cabezas ni una sola vez mientras nosotras pudimos verlos.
Primero venia la tropa, luego la municipalidad y con ellos los Cónsules Ingles
y Holandés: después un cuerpo numerosísimo de ciudadanos – entonces, el
carruaje tirado por dos caballos y tanto ellos como el carruaje linda y
profusamente adornados con flores y cintas de los tres colores nacionales luego
vinieron los extranjeros con sus diferentes banderas desplegadas otro mundo de
ciudadanos y finalizó con la tropa y todo el mundo que quiso agregarse.
Al
pasar se les echaron de todas las ventanas y balcones rosas y hojas de flores,
y éstas últimas cayendo desde alto venían a posar sobre las cabezas de los dos
héroes; la de Bolívar, calva ya, guardaba pocas, pero la cabellera negra y
rizada de Páez estaba materialmente cubierta de ellas.
No
hay lenguaje que pueda pintar el frenético entusiasmo de la gente al ver a
Bolívar otra vez, - ni que pueda expresar su delirio. La anciana Señora del
balcón enfrente, la Señora Doña Josefa Tovar de Buroz, gritaba con el mejor
pulmón Viva Bolívar! Viva! Viva! Tirándole puñados de rosas. El Libertador
atraído por la voz, volvió la vista al balcón, reconoció en ella una amiga
antigua y se sonrió haciéndole una profunda cortesía. Su felicidad parecía
completa y como fatigada de emoción se dejó caer en un sillón que se le había
colocado en el balcón.
No
se puede imaginar un contraste más grande que el que presentaban los dos
Generales. Bolívar, joven aún, pues tiene poco más de 40 años, representa a lo
menos 60 – parecía fatigado,cansado; una expresión de profunda tristeza y
seriedad se pintaban en su rostro; sonreía de cuando en cuando al oír la
atronadora gritería del pueblo o cuando contestaba el saludo de alguna persona
conocida, pero era una sonrisa patética; tal vez pensaba en la veleidad del
pueblo, del cual muchos habían aplaudido los hechos de la reciente facción;
pero no se puede dudar que la mayor parte de ellos, millares y millares le
saludaban de todo corazón, y le veían como el protector de las libertades de su
patria.
El
General Páez por el contrario era la imagen de contento y felicidad y parecía
que conocía que había traspasado todas sus responsabilidades y cuidados a su
compañero; su rostro hermoso y animado fue iluminado por sonrisas, y gozaba del
espectáculo como si se hubiera hecho todo para él; aunque Bolívar era el ídolo
y el león del día, no cabía duda que Páez era el más feliz de los dos.
La
procesión siguió hasta la Catedral adonde fue recibido Bolívar por el Clero, y
conducido junto con el General Páez a los asientos preparados para ellos.
Se cantó el Te Deum y concluidas las ceremonias
religiosas siguieron a la casa del Libertador adonde le aguardaban sus
hermanas, parientes, muchos amigos íntimos y algunos extranjeros, llenándose
pronto la casa, pues no se le negaba la entrada a nadie.
Al
entrar en su casa le recibieron quince niñas elegantemente vestidas, cada una
ofreciéndole una banderita con diferentes divisas. Bolívar las recibió con
evidente gusto y distribuyó las banderitas a distintas personas presentes
acompañando a cada una con palabras elocuentes y lisonjeras. Al General Páez le
dio la que llevaba por mote la palabra “Valor” al viejo Marques del Toro la de
“Desinteresado” al Dr. Mendoza que había sido Intendente en 1826 y había salido
de su país, antes que sancionar los procederes del partido revolucionario, le dio
“Integridad” y así las demás.
Una
escena conmovedora le aguardaba al entrar a la sala: sobre una especie de altar
estaban dos niñitas vestidas de Indias, representando la Patria, dándole la
bienvenida en nombre de esa Patria e implorando su protección y cuido paternal.
Eran nietecitas de su hermana Antonia (Camachos) y representaban su
papel admirablemente y con sumo despejo. Al concluir Bolívar las abrazó con
infinita ternura y cariño.
A
la noche las calles continuaron llenas de gente – y varias veces diferentes
grupos se pararon enfrente de las ventanas pidiendo a gritos que el Libertador
se dejara ver – súplica que nunca fue desatendida aunque la sala estaba repleta
de visitas, hombres y mujeres, y siempre fue recibido con los mismos gritos y
vítores.
A
los pocos días vino el General Bolívar a hacer una visita a la Señora Alderson
acompañado del Marques del Toro y el General Ibarra. Al entrar el Marques se
hizo maestro de ceremonias y presentó al Libertador las que eran hijas de Don
Juan – y todas hijas, cuñadas, y demás familia tuvimos el honor de un buen
apretón de manos (hand shake) del grande hombre.
Tal
vez la conversación hubiera sido un poco pesada, pues no pudimos decirle en su
cara toda nuestra admiración y veneración, sino hubiera sido por el alegre y
jovial Marques del Toro, que no cesaba de conversar y reírse y fue bien
secundado por el General Ibarra, - Cuando salió Bolívar, la casa estaba rodeada
de gente, que guardaron un silencio respetuoso hasta que se montó cuando prorrumpieron
en ruidosos y entusiastas “Vivas!” que se repitieron hasta que se perdió de
vista.
El
10 de Enero de 1827.
Enero 20 de 1827.
El
Señor Alderson ha vuelto de su hacienda en los Valles de Aragua y nos ha
contado algo de los sucesos antes de llegar Bolívar a Caracas.
Se
dice generalmente, sin que el responda de la verdad, que Bolívar llegó a Puerto
Cabello el día de Año Nuevo, e inmediatamente le escribió a Páez, que se
encontraba en Valencia convidándole a una entrevista en aquel Puerto. Paéz
quiso ir, pero las personas que entonces le influían le disuadieron y una
negativa a la invitación fue el resultado de las deliberaciones. Esto, en las
actuales circunstancias, se consideraba como un acto de abierta hostilidad;
pero Bolívar resuelto a impedir una guerra civil a todo trance, proclamó en el
acto una amnistía general y completo olvido del pasado, pues por su parte no
había vivido el año de 26, y por consiguiente ignoraba lo ocurrido, o palabras
en este sentido; y en el acto se puso en camino con unos pocos oficiales, y
salió para Valencia sin guardias. Cuando Páez supo que se aproximaba salió a
encontrarle, y cuando los dos Jefes se avistaron, ambos desmontaron y se
abrazaron con una efusión como amigos y camaradas antiguos.
Llegados a la casa del General Páez en Valencia, Bolívar desprendió la
espada de su cintura y la tiró al suelo como para mostrar su confianza en el
honor de a quienes se había entregado, y volvieron a abrazarse.
Siguieron luego a Maracay, adonde grandes preparativos se estaban
haciendo para su recepción. Pero tan rápidos eran los movimientos del
Libertador que no habían concluido las decoraciones y adornos para la hora que
él había anunciado y discutían la proposición de enviar una comisión
suplicándole demorara su entrada unas horas cuando vinieron a avisar a la Junta
que ya estaba entrando.
Las
Señoras habían hecho una bandera lujosísima con una inscripción de adhesión y
todo estaba listo menos la colocación en el asta, concluyeron apresuradamente y
salieron con todo Maracay a recibirle.
Después de varios discursos u arengas las señoras presentaron su
ofrenda, que fue recibida con la mayor amabilidad después de un florido
discurso por la Señora que la presentó y desplegando sus ricos pliegues se encontró
que le habían colocado con su expresiva dedicación – al revés! (voces abajo)
Por un momento la mortificación de las Señoras fue grande, pero un chiste
oportuno de uno de los concurrentes convirtió la pena en risa conforme con la
hilaridad del día.
El
Señor Alderson cuya hacienda estaba cerca de Maracay pasó el día con su antiguo
amigo a quien no había visto hacia años y nos dice que es imposible imaginar el
entusiasmo y alegría de toda la población; la turba invadió la casa y se llenó
de personas de toda clase y condición. Nos contó que estando él una vez y unos
oficiales conversando en el patio con el Libertador, notaron a un hombre algo
mayor, un mulato de aspecto respetable viendo a Bolívar con tanta fijeza y como
queriéndole hablar, pero sin atreverse cuando llamó la atención del General,
que le preguntó si quería algo, el hombre avanzando y envalentonado por el tono
y modo de Bolívar contestó pero tímidamente – “un abrazo mi General!” Bolívar
inmediatamente le abrazó dándole al estilo Colombiano, unas sonoras palmadas en
la espalda. El hombre loco de contento salió a la calle gritando “El Libertador
me ha abrazado! – me ha abrazado!”
Los
esclavos de las haciendas adyacentes, vestidos de gala vinieron con cuerpo a
ver a su ídolo: invadieron la casa – atestaron los corredores y entraron sin
escrúpulo a la sala adonde entonces se encontró Bolívar, que pronto se hizo
inhabitable por el aire pesado de tanta gente que aunque galanes, no
resplandecían por aseados hasta que Bolívar tuvo que suplicarles se retirasen
para que él descansara ofreciéndoles, llamándoles “mis amigos” que en cuanto
hubo descansado un rato pasearía a caballo por todo Maracay para tener el gusto
de volverles a ver. Vana súplica! Ni uno se movió ni hicieron el menor caso a
su exigencia! Hasta que él mismo tuvo que escaparse acompañado de tres o cuatro
amigos, entre ellos el Sr. Alderson, a un aposento contiguo y haciéndose quitar
sus pesadas botas por su sirviente, se tiró sobre un catre y por largo rato
conversó hasta que los amigos más circunspectos que los esclavos, se retiraron
y le dejaron a su corto reposo.
El
día siguiente tomaron camino para la capital. En la Victoria hicieron grandes
preparativos – entre ellos un banquete y un baile, pero Bolívar no pudo aceptar
sino al primero y en la tarde siguió viaje para Caracas.”(2)
( *) Las negritas, son del autor de éste
artículo.
Retrato de Bolívar
Ecuestre. Autor, Hilarión Ibarra – 1826 circa. Museo Bolivariano Caracas.
Este retrato, nos
muestra al Libertador vistiendo el uniforme y la condecoración que le fuera
obsequiada en el Perú en 1825. Muy probablemente, el artista habría realizado
su obra de memoria pero basándose en el testimonio visual de cómo vestía el
héroe, en esos días de su llegada a Caracas en enero de 1827. Compárese esta
imagen, con la narración anterior y con la descripción que de dicho uniforme
presentamos.
A continuación referimos detalles
interesantes, referidos a los uniformes y espadas que les fueron obsequiadas al
Libertador Simón Bolívar y al Gran Mariscal de Ayacucho, por la Municipalidad
de Lima a finales de 1825. Los datos que vamos a citar, los hemos tomado del
estudio iconográfico que hace el Sr. Alfredo Boulton sobre la figura del
ilustre Cumanés, quien a su vez, cita como su fuente a las memorias del General
Daniel Florencio O´Leary:
“Razón de lo que contienen los cuatro cajones que se remiten a S.E. el
señor Libertador.
A saber:
Una espada de oro del largo de una vara y siete pulgadas guarnecida de
brillantes y marcada con las letras S.B. Tres brillantes grandes y cuarenta y
dos sobrepuestos que comprenden todos los brillantes. Una chapa del cinturón de
la espada con dieciocho sobrepuestos entre los cuales va un brillante grande.
Un cinturón bordado de oro en paño grana con ocho hebillas de oro. Va en una
caja de madera nueva forrada en seda con su respectivo almohadón.
Una espada de oro largo de una vara y siete pulgadas guarnecidas de
brillantes con tres grandes y veintiséis sobrepuestos en diversas formas, con
las letras A.J.S. Una chapa de oro del cinturón de la espada, con seis
sobrepuestos de brillantes; un cinturón bordado de oro en paño grana con ocho
hebillas de oro macizo acondicionado todo en su caja de madera nueva, forrada
en seda con su almohadón.
Dos pares de charreteras de hilo de oro con divisa de General en Jefe,
acondicionado cada par en su respectiva caja de plata, una con la cifra con las
letras de oro S.B. y la otra con las letras de oro A.J.S.
Dos sombreros grandes guarnecidos con galón ancho de oro, arco de
plumas blancas, escarapela colombiana, acondicionados en sus cajas de plata,
cada uno por separado con sus iniciales de oro S.B. – A.J.S.
Un calzón paño de grana bordado de hilo de oro, con un laurel de
dibujo, once botones de oro macizo pegados y tres sueltos chicos.
Una casaca de paño azul con solapa, cuello, faldas, botamangas,
carteras y talle bordados en hilo de oro, veintidós botones grandes de oro
macizo y tres sueltos, forrada en seda. Va acondicionado este vestido en su
caja de madera nueva forrada en seda con su cubierta de un colchoncito, su
marca S.B.
Otro vestido igual en todo, sólo con la diferencia de no ir cosido,
con la misma botonadura suelta, acondicionado todo en otra caja igual con dos
colchoncitos con su marca de las letras A.J.S.
C. Freyre.”(3)
NOTAS AL PIE DE PÁGINA:
(1) Ultimo Viaje del Libertador a Caracas.
Artículo publicado en la revista Memorias de Venezuela, nº 20, julio / 2011,
Caracas, p. 79.
(2) Material copiado en el Archivo de la
Academia Nacional de la Historia, Caracas, código XVII 3-caja 55.
(3) Alfredo
Boulton. Iconografía del Gran Mariscal de Ayacucho, pp. 69-71.
Investigación de José Peña, Caracas, mayo 2012.